domingo, 14 de julio de 2013

Bernal Oeste Night Club


  El pool estaba bravo como cualquier viernes a la medianoche, las motos señalaban a la puerta de entrada. La rockola pasaba un tema de Los redondos, había muchos hombres, pocas mujeres, la niebla nicótica de siempre y botellas de Quilmes como cadáveres en el cementerio. En eso, entra la estrellita del lugar, su presencia estruendosa se inyecta como un rayo en el piso, las miradas apuntan hacia el chico lindo que se junta con los feos, el que puede elegir algo mejor, pero elige lo peor, el pesadito, el enroscadito, el que se anima a entrar rubio y con remera rosa a la villa. El que se compra todo y a todos. Hernán emanaba simpatía así que tenía pocos enemigos. Pocos, pero jodidos.
  Ingresa con sonrisa rufiana y saludo general colocando la voz en tono de grandeza, algo notablemente simpático ya que su vozarrón no correspondía con su estatura.
-Buenas noches, leidis an chentelmens.- La gente se ríe o no, pero casi todos  responden de alguna manera, distintos saludos se chocan en el espacio, se desarman en sílabas sueltas y caen rodando por el piso del lugar. Desfila hacia la barra, pide dos birras porque no está solo, siempre y nunca está solo. Hoy su sombra de carne es Cardozo, uno de los hermanos Cardozo. Es grandote y le sirve cuando se arma el toletole.
  La mitad de la noche transcurre en el baño y la otra mitad en cualquier centímetro cuadrado de bajeza. Suena Sumo como cortina de la noche.
  Todo se acelera. El hombrecito del cartel del baño se hamaca violentamente hacia adelante y hacia atrás sobre la puerta. La corona del taco golpea una bola rayada. Un paquetito se muda de manos. Las piernas de una mujer bailan al lado de la rockola. Una bola lisa se tira al hoyo. Un líquido dorado va escalando el vidrio. Una boca de hombre se mueve espasmódicamente. El pecho de una mujer se aplasta sobre la mesa de pool mientras esta sostiene el palo. Una nariz  tiene un dedo colgando en una de sus fosas y la otra se abre súbitamente hasta alojarnos en su interior…
    "La gente va llegando al baile" cantaba el Puma Rodríguez incansablemente por los noventa, y si nos paramos en la esquina de la intercepción de las calles drogas y noche en el barrio bajo de Bernal por aquellas épocas, no podemos obviar al personaje que está entrando ahora, cayó La Pacha, una menor que todos ahí conocían íntimamente, es que a ella le gustaban los chicos malos y no tenía rollo, iba al frente, cero histeria, así que se la respetaba por ser así, como uno más. Pensándolo bien, olvidaban que era una dama y encima menor, por lo que el respeto que se le tenía era cuestionable. La Pacha se desenvolvía con actitud machona, eso les hacía creer que no ameritaba un trato especial, que sabía cuidarse, pero la verdad es que les era cómodo ignorar que ella era una niña. Nunca nadie se iba a hacer cargo de quien la había desvirgado, enfermado, embarazado, intoxicado, y lo más grave, enamorado. La sentenciaron a que sea por siempre La pacha, una loca copada.
  Tenía flequillo stone, ropa hippie, era medio gordita, estaba siempre fumada y hablaba a lo rea. Ella había sido adoptada por la tía, la tía era el ser humano más desesperado de Bernal, ya no sabía qué hacer con la pendeja. La había mandado a distintas escuelas privadas, de todas ellas la echaron, la había mandado a la Iglesia, ahí le detectaron al demonio, la mandó al psicólogo, el tipo la denunció por acoso sexual.

  Se acerca a Hernán y a Cardozo.


-Hola Herni ¿cómo eshtas? ¿Y vosh pibe?- Mirándolo a Cardozo- Vamosh a casa que estoy sola, el viaje se fue de vieja.

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