Noche buena, viajé cruzando la ciudad,
transpiraba, calor, humedad, cañita voladora precoz, niños mandaban mensajes de
texto a papá Noel.
Cuando por fin llegué a la casa de mis
abuelos, entré por el portón, en verano era común que estuvieran en el jardín,
me crucé primero a Lara qué me miró y retrocedió, empezó a correr en dirección
contraria, volteando la cabeza cada tanto, con los ojos muy abiertos, como
corroborando lo que vio en mí. Qué raro, pensé, cuando vengo siempre me
salta encima.
Mi abuelo estaba cortando el pasto con una vieja cortadora manual
al lado del regador de plantas antiguo, que cada vez tenía menos agujeritos.
Cuando me vió se acercó a saludarme, estaba en cuero con su sombrero blanco de
paja que usaba en verano, me sonrió y cuando me estaba por abrazar se quedó
parado con los brazos extendidos como tomando distancia, me miró con un leve
horror. Le dije:
-No sé qué pasa, Lara huyo de mí y ahora vos me miras así.
Yo sabia que para algo servian las abuelas. Suerte que era chiquito el diablo, capas que si era grande nadie lo notaba.
ResponderEliminarJAJAJA Dani que lindo que me leas! gracias! y si, los diablos mas grandes están entre nosotros!
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