Uno repite una y otra
vez las mismas situaciones, arrastra los mismos problemas desde niño, y aunque
crezca, a veces el problema crece con uno, a veces uno crece más que el
problema, pero el mayor problema es cuando uno no crece.
En la parada del colectivo me pareció ver una niña sola,
formando la fila para subir al colectivo, este es un colectivo que une ciudad y
provincia, y la niña era demasiado pequeña para viajar sola, en cualquier
colectivo, pero más que nada en este. Tomo asiento adelante y veo a la niña sentada
enfrente de mí, en los asientos invertidos, da la impresión de que viaja sola,
el padre está sentado al lado, pero pareciera que viajan por separado. La niña
tiene la actitud de una adolescente incomprendida, pero debe tener unos cinco
años como mucho.
Más adelante sube un
niño de la mano de su padre, ha de tener 6 años, no consiguen asientos, el colectivo
está repleto, están parados agarrados del caño de los asientos en donde está
sentada la niña, ella le clava su mirada al niño y le sonríe con la boca
cerrada, parece una sonrisa ensayada para seducir, él la ve, pero no le
devuelve la sonrisa y vuelve a mirar hacia la pared, la niña sigue mirándolo, sonriéndole.
El niño y el padre
consiguen asientos, se sientan en paralelo a la niña, ella sigue mirándolo con
la misma actitud, aún no se desilusiona, es como si hubiera activado una
estrategia y fuera por la segunda fase: “la insistencia”. Sonríe con
dificultad, pobre, ya le debe doler un poco. Luego sonríe con frialdad, como
cuando estás a punto de empezar a pensar y chau, se te va la alegría, él se percata
de esa mirada, es una mirada segura confirmada por una sonrisa cerrada, el niño
con esa cara de nada, con los ojos muy abiertos como si todo le sorprendiera lo
mismo, o nada le sorprendiera de verdad, vuelve a mirar para adelante.
Yo nunca había visto un
caso de seducción infantil tan explícito.
Sigo viajando sentada
en mi asiento, miro al suelo del colectivo y veo unas zapatillas de hombre, me
resultan muy lindas, voy subiendo la mirada, es mi tipo de chico, lo miro, lo
miro, lo miro, lo miro al punto de estar segura de que él sabe que lo estoy
mirando, mueve los ojos para abajo pero no se detiene en mi persona, no hace un
solo gesto, me ignora explícitamente. Me enojo y pienso: Esto es un juego de
niños.
El chico se va para atrás, lo sigo con la mirada hasta que
se pierde entre la gente.
Luego de un buen
trayecto recorrido, el colectivo ya no lleva tanta gente. Sube un hombre de
mediana edad con una guitarra muy gastada y rota, es moreno, tiene pelo
enrulado y largo hasta los hombros, una barba corta, pulseritas en la muñeca,
una remera gastada y un jean roto. Tiene panza y una sonrisa que empieza en los
pómulos. Es lindo, todavía joven. Toca dos o tres temas de Pappo. La voz es
rasposa, la guitarra casi no suena, pero se nota que toca muy bien Se ríe entre
frases, la risa es parte de la versión. Hubo pocos aplausos.
Pasó la gorra, me
dieron ganas de decirle que yo tengo una guitarra nueva hace años, que nunca la
aprendí a tocar, que me la regaló mi papá en una navidad, y que está nueva, que
brilla, que me la regaló mi papá, pero no me importa, que la acepte igual, con
mi papá me llevo muy mal, y sí, se va a morir si la regalo, pero no me importa,
que igual se la quiero regalar.
Mientras pensé todo
eso el chico pasó la gorra y no le dije nada, me limité a poner cuatro pesos en
su gorra, esta es la cobardía que nos deja a todos en la misma estación. El
chico dice que tengamos un buen día, qué él siempre los tiene. Una pensión y un
castillo son iguales si la libertad los habita.
Un olor desagradable
se adueña del colectivo. Es una persona, sin sexo, sin cara, no se lo distingue dentro de su figura, está oscuro. Él/ella
se arrastra encorvado como si llevara un peso en las espaldas (¿serán nuestros
pensamientos?) se hace cargo de ser indeseable, lo acepta. Él/ella se dobla
para introducirse en el bolsillo de la marginalidad.
Prefiere juntarse con la basura, hasta camuflarse, antes que
confiar en cualquiera de nosotros. La gente se aleja, hay un círculo de vacío
alrededor, como un vestido hecho de distancia. Todos le convidan la espalda, lo
único que le convidan. ¿Cuánta mierda perfumada tenemos en el cuerpo? ¿Cuánta
en la cabeza?
Abro la ventanilla,
para desviciar el aire, miro hacia afuera, un grupo de jóvenes con uniformes
escolares.
Y yo que muchas veces me pegué un viaje, nunca
alguno me llevó tan lejos ni me pegó tanto
Buen viaje amiga, gracias por la buena compañía
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