domingo, 9 de junio de 2013

Irónica luz


                                                               

  Franca no se bancaba más de unas horas a los hombres que la querían amar y todas las pieles excepto la de él le daban alergia, le salían ronchas en el rostro cuando besaba a otros hombres en intentos desesperados por olvidarlo, así fue que llegó a la conclusión de que si no era con aquel señor no iba a estar con nadie, ya que pensaba que el cuerpo era lo suficientemente sabio como para saber lo que uno necesitaba. Un día invadida por ese amor ilegal, le mandó un mail que decía esto:

   << E: Mi corazón no está tan corrompido como mi cabeza. Ya no puedo seguir mintiéndome, no quiero a nadie excepto a vos, sos el gigante que me da sombra en este infierno y no pasa un día sin que deje de recordar tus piernas en la cama de aquel hotel, las veo flexionadas, tensionadas, aguantando mi peso, fuertes, morenas y hermosas ¿Cuánto daría por una noche entera con vos? daría mi humor, daría mis ojos y la forma de mirar, la forma de mirar, sí; pero nunca mis manos porque te quiero tocar y escribir, escribir sobre tus formas, escribir lo que siento cuando te siento. Si te puedo tocar, el cielo es mi alimento, si te puedo sentir, de un gemido nacen flores y los gorriones se llenan de colores. >>

   Descaradamente cursi pero trágicamente real.  Nunca recibió respuesta y no se sorprendió. Él la negaba constantemente, incluso a veces estando solos, la comenzaba ignorar súbitamente y corría su rostro cuando ella intentaba besarlo.
 Llegó el sábado a la noche con todos sus amigos y propuestas, tras pactar destino se vistió de negro para esa noche que no la entusiasmaba, a esa altura Franca como cualquier persona enamorada intuía cuando él iba a ser de ella aunque sea por una hora, lo olía en el aire.  Él iba a estar ahí trabajando pero ella sabía que no iba a tener suerte aquella noche, otra vez debía esconderse entre la gente y hacer de cuenta que entre ellos nunca había pasado nada.
 
  En el departamento de un amigo con otras personas tomaron bebidas alcohólicas y fumaron marihuana, hasta que llegó la hora de ir al lugar, caminaron por una avenida pintoresca de Buenos Aires, hacía mucho frío, ella no podía descruzar los brazos y no paraba de tiritar, además veía todo pixelado, la calle le parecía un collage inquieto de luces y negro.
 
  Desde el balcón del teatro en donde estaban Franca y sus amigos, disfrutaban de una clásica banda mientras compartían grandes vasos de cerveza y cantaban canciones de punk rock. Ella se perdía en crudos versos de amor con las pupilas dilatadas y las pestañas espesas del rimel negro que resistía el suspiro de humedad triste que empañaba esa mirada. Algo le dijo que mirara hacia la barra, tal vez un espíritu revoltoso que estaba aburrido y quería divertirse con una escena digna de talk show. Lo vio a lo lejos custodiado por su esposa, una parte de ella, la revolucionaria, sabía que tenía el poder de explotar y llevarse a varios en un atentado de locura. Ya estaba harta de aguantar el peso de la sociedad, que la aplastaba y la hacía chiquita, los sentía acusándola encima, abajo y alrededor, sentía como sus dedos índices se iban acercando, primero la señalaban a una distancia prudencial, luego, se empezaban a acercar hasta que la tocaban con sus yemas, y más, y más, hasta que los dedos ejercían presión sobre su piel, entonces empezaba a dolerle, pero aguantaba sin gritar, los dedos índices fríos y extraños de una sociedad ciega se hundían en su piel, la presionaban hasta que la perforaban y apuñalaban lentamente. Ella veía a la sociedad como una albóndiga de carne y pelo corriendo detrás de los valores de siempre más por acto reflejo que por convicción, ahora ella era una persona incorrecta, indeseada, sin moral,  entonces su postura era agazapada, como en penitencia, bajaba la mirada o retrocedía ante la gente que le decía con la mirada “puta”, como si ellos fueran un arma de Dios o un castigo divino en la tierra con derecho a juzgarla o a hacerle la vida más desdichada, pero quería romper con esa situación, quería demostrar que no era una endemoniada, que ella era una víctima , que sufría, porque era la que lo sabía todo, sus sentimientos, lo que la esposa de su amor ignoraba y cómo él la usaba. Nunca puede ser incorrecto un sentimiento, porque es real.

  Cada vez que una amiga la cuestionaba ella explicaba lo mismo: “lamento que el hombre que amo este casado, él puede elegir no mirarme, no besarme o tocarme, yo no puedo, porque mi corazón lo eligió a él”. Y sé lo que estás pensando “Ella podría elegir a cualquier hombre para amar” Bien, hagamos la prueba, vos habrás amado a alguien o amarás a alguien actualmente, si te hubieran dicho o te dirían: a la una, a las dos y a las tres  ¡YA!  Vamos, amá a otro ¿no hubieras podido, verdad?  

  Franca era una valiente no una súper mujer, es decir, podía hacer un quilombo zarpado de la nada, pero no dejar de soñar con el hombre cuyas arrugas faciales podía dibujar con sus dedos en el aire.  La situación la desesperaba y decidió terminar con ella esa misma noche, pensó que si se tenía que pudrir todo que pasara en un recital de punk rock no estaba nada mal. Se acercó al matrimonio, abriéndose paso entre las personas que estaban ahí, llegó hasta la escolta de su amor, la miró fijo, primero la mujer la notó de reojo, y volteó la cabeza rápidamente hacía su marido, como ignorando a la extraña explícitamente,  a los segundos volvió a mirarla, tal vez preguntándose quién era esa chica, sorprendida de que ella siguiera ahí mirándola fijamente. Él disimulaba, miraba para un lado, miraba para el otro, tal vez buscaba la salida de emergencia, hasta que la mujer rompió la tensión y le dijo: “¿Estás drogada, borracha, qué me miras?”  Franca respondió: “Te estaba mirando los cuernos.”

  La alarma del celular la despertó bruscamente. Estaba en su cama, la cabeza le dolía como si se la hubiera golpeado con la dura verdad, no recordaba mucho de la noche anterior y veía pedacitos de imágenes como vidrios rotos, no podía unirlos, no encajaban, no sabían a qué correspondían, si a un sueño o a la realidad, luego su cabeza se aclaró, fue recordando; el recital, a sus amigos, a él, a ella, al alcohol y al pedo salvador nacido en Latinoamérica. Miró el celular y vio que no tenía mensajes, se tranquilizó, ya no tenía dudas. Durante la noche anterior no había pasado nada especial.
 Era la media mañana del sábado, se cambió y salió apurada, no tenía que trabajar pero sí tenía un compromiso divino,  debía cumplir con una promesa a un Santo al cual le rezaba. Sus amigos no sabían de su fe, ya que no les contaba para no darles más motivos para que la creyeran una auténtica desquiciada.

  Siempre pedía convertirse en un trozo de arcilla para que Dios la moldeara con la forma de la perfección, solo para que él se la llevara a la casa y la pusiera a la vista de todos. La luz blanca que entraba por el techo de la capilla imponía respeto, como si el señor estuviera alumbrando directamente a los fieles presentes con una linterna. Franca se arrodilló en el último banco y rezó en silencio, esas plegarias tímidas eran un grito de su alma.

  Pasaron semanas en las que Franca no tuvo noticias sobre él, estaba apagada, pedirle que sonriera era como pedirle que hiciera un fifla, imposible, la piel se le había opacado, el corazón se le achicharraba y las ganas de vivir le resultaban algo fantasioso como de cuentos de hadas. No tuvo contestación de su amor,  había intentado por todos los medios llegar a él,  incluso lo llamó al trabajo, algo que siempre había evitado porque por más apasionada que era se reconocía ubicada, tras dudar unos segundos y dejarla a la espera una voz extraña le dijo que el señor no se encontraba.

  Era el fin, a las semanas había perdido el apetito, no iba al trabajo, solo era cuerpo, le faltaba todo lo de adentro. Sus amigos siempre creyeron que algún día Franca iba a perder la cabeza, pero la bancaban porque era divertida, ahora no quedaba nada de esa fiesta interna que antes se le escapaba en forma de papel picado por la nariz y llenaba el ambiente cuando uno menos se lo esperaba, se alejaron un poco y de a poco, estar con ella era de lo más aburrido, ya  casi no reía y nunca quería salir, le faltaba todo lo de adentro.
 Ella se contemplaba al espejo y se veía enferma, su propia piel le resultaba de un material y  color extraño, ahí era cuando más despedazaba su alma de algodón de azúcar, porque le daba la razón a ese amor ingrato de no quererla y de ni siquiera desearla. 

  Un día alguien más chusma que malo, le dijo que había visto a su amor con una chica.  Así fue que    Franca se enteró que tenía otra amante, una más joven, más flaca y mejor vestida, se murió un poco al saber que la habían reemplazado. A ella no le molestaba que él tuviera esposa, porque las personas tenemos dos lados, si la esposa estaba a la derecha, ella podía ocupar el lado de la izquierda, solo quería un lugar en la vida de ese hombre, no le importaba cuál.  

  Cuando este conocido le arrojó en la cara ese escupitajo espeso y apestoso, que no iba a poder lavarse nunca, usó todas sus fuerzas para fingir que estaba enterada de esa situación y que no le importaba, agrandó el combo de mentiras diciendo que se tenía que ir. Se tragó el veneno sabiendo que era su fin. Caminó rápido, como queriendo escapar de esas palabras, no sabía a donde iba, la verdad era un delincuente armado persiguiéndola de atrás, sentía su aliento frío en la nuca. La calle por la que caminaba era oscura, pero daba igual porque estaba ciega.

  Cuando llegó a su casa se dejó caer como una hoja seca, las lágrimas empujaron a otras lágrimas  saliendo en una fila abultada hasta la comisura de su boca, parecía una niña desconsolada. En ese llanto gigante y salado como mar,  la rabia y el dolor no se podían diferenciar. Con los ojos cerrados pudo ver el cadáver de su autoestima flotando en una zanja.

  Pasaron semanas en las que Franca después del trabajo se encerraba en su cuarto a lamentarse, no comía ni dormía, escuchaba música que antes le resultaba aburrida pero que ahora gracias a su estado emocional, podía encontrarle un sentido más profundo. Un día entre esa música encontró una canción que por lo popular ella le había restado valor decía (…)  “¿Qué otra cosa puedo hacer? Si no olvido moriré” (…) y sonrió.
 La canción era de su talla. Franca tenía el ego hinchado y los oídos cerrados, la música fue la única que pudo sortear todos los obstáculos que les ponía a los mortales y acariciarle el alma. Pensó que si podía disfrutar de una canción ya estaba curada. 

  Algunas personas solas por elección se sienten especiales por estar tan mal,  es como si el dolor fuera una alta cumbre a la cual solo se animan a subir los fuertes y los valientes. El mundo se divide en dos según esta concepción; en los tontos que eligen el sufrimiento para los que no lo hacen y en los cobardes que no lo eligen para los que sí lo hacen.
 Una nueva luz nacía en su interior. La mirada puede ser la mejor consejera y los tacos más altos para una mujer. Ahora podía ver que ella era una afortunada, porque había compartido momentos con aquel hombre y esos momentos nadie se los podía sacar, agradeció al cielo por haberlo tenido, por poder visualizar momentos reales vividos, en lugar de soñar cosas que nunca ocurrirán como les pasa a muchos enamorados. Entonces se sintió valiente por haber pasado por eso, libre por liberarse del dolor y feliz por ser una de las pocas personas que logran tener al hombre de sus sueños. Compadeció a ese hombre, a la esposa y a la nueva amante.

  A los días estaba renovada y más hermosa que nunca, se agotaba fácilmente en el trabajo pero se lo atribuía al estrés por el cual había pasado. Haberse librado para siempre de aquella historia la enorgullecía a cada momento. Había recuperado el apetito y comía sin parar.

  Un día volviendo del trabajo en el colectivo se  descompensó, fue a ver a un doctor y este le dio una noticia que cambiaría su vida para siempre: ella estaba embarazada.
 Había algo nuevo en que ocupar su cabeza, pero ya no se sentía tan liberada de aquella historia. Una nueva luz nacía en su interior.

 

 

 

 

 

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