Tuve una relación que fue como unas vacaciones en el limbo,
y prefiero no hacerme cargo de que estuve con ese, sin embargo, hay un capítulo
final que quiero compartir con quien se atreva a leer estas líneas que se
parecen a llamas de un infierno.
Creó que como buena rata que soy en el horóscopo chino, siempre tengo la puerta de salida prevista.
Creó que como buena rata que soy en el horóscopo chino, siempre tengo la puerta de salida prevista.
Estuvimos en un verano en el cual yo no tenía nada que
hacer, aunque cualquier cosa hubiera sido más sana que estar con él.
El tipo era adinerado y pobre a la vez, futuro heredero,
tenía casa propía, plata en el banco, educación privilegiada, la mejor
psicóloga de Buenos aires, tiempo y medios para hacer lo que quisiera, también
tenía mucho talento, sabía tocar el piano, la guitarra, casi todos los
instrumentos, componía y cantaba muy bien, sin embargo, nunca había llegado a
nada y vivía por gusto como un extranjero indocumentado, era un hippie chic, un
bohemio cheto. Vivía. Para mí, vivía, aunque debe vivir, claro, cerca del
cementerio de Chacharita, creo que eso es lo único que recuerdo con amor. Aquel
lugar, ese cementerio, ese barrio, esa casa y el bar de la esquina, un aire de
sombra de verano, una tranquilidad impagable en el medio de la ciudad, el
silencio de los muertos y él respeto por ellos cubrían aquel lugar gris lleno
de arboles y gatos, salpicado con vendedores de flores. El pasillo, lleno de
departamentos, adentro la gente pobre, la gente rara, la señora de los mil
perros que lloraba por su perrita extraviada.
Él estaba enfermo de
envidia y frustración, había rozado el ámbito público, había conocido a los
dueños de la pelota, pero había pasado sin pena ni gloria, como un fantasma.
Además, había sufrido una adolescencia reprimida, que le acarreaba una
pedofilia latente. Muchas veces, era sádico y le gustaba humillarme. Yo
disfrutaba de darme lujos en el chino de la vuelta, había una almacenera tetona
casi en pelotas con cara de ogro.
En una de las tantas
idas y vueltas de esta relación laberíntica, me vengué. Conocí o busqué conocer
a un jubilado del rock, un tipo que vivía de sadaic, con él pasamos una o dos
noches de amor, él jubilado del rock tenía unas vacaciones planificadas con su
hijo, cuando volvió me regaló una estatuilla de Sabatto, mi escritor favorito
en ese momento. Todo esto ocurrió mientras nos tomábamos un tiempo con aquel
pobre diablo, yo sabía que íbamos a volver, cuando volvimos me despedí en un
telo de colegiales del jubilado del rock.
Quiero aclarar que
nunca fui de discriminar entre la gente artista y la que no lo és, y menos aún,
entre el artista consagrado y él que no lo es, odio esa gente snob, y más odio
la gente que se la da de socialista y discrimina por estratos sociales, como
él, por eso esta venganza tejida con mis ojos cerrados era perfecta ante los
suyos, como lo eran las quinceañeras.
Él no sabía que en
esos días yo había pasado por las manos de alguien que hizo cosas, que hizo
historia en la música argentina, alguien reconocido, sus manos, en comparación,
eran las de un virgen de gloria, nos reconciliamos frente a los ojos de la
estatuilla de Sabato.
Unos días después le
terminé contando mi amorío ante sus preguntas y su insistencia que de alguna manera
camuflada generé. Disfruté ver como su ego se retorcía como cucaracha en ducha
de raid.
Pero la venganza más
fría y dulce fue la interna. Cuando nos dimos el porrazo final, bah, yo sabía
que ese era el final, gracias a dios sé reconocerlo, él, pobre iluso, pensaba
que todavía nos quedaban millas, lo cual no deja de ser otro pliegue desplegado
de esta venganza.
La cosa fue así, había tenido un cruce de miradas con una
estrella de rock. Hice todo para conocerlo en persona, finalmente acabé con la
estrella de rock merendando por Palermo, yo ya era soltera otra vez, así que
éramos libres de vernos cuando él se libraba de su esposa y sus obligaciones. Empezamos a tener sexo por todos lados de Buenos Aires, le gustaba hacerlo en
la calle o en su auto. Un día le hablé de un lugar genial para hacerlo, era la
casa de la infancia del pobre diablo, a menudo, ese caserón de lujo en venta,
servía de casa de verano para toda la familia e incluso nos había servido a
nosotros. La estrella de rock y yo lo hicimos en la puerta del caseron, tapados
apenas por un árbol, mientras estábamos disfrutándolo, paso el tío del pobre
diablo, nos vio y se hizo el boludo. Dejé ahí mismo el forro usado. Lo público
y lo privado, la venganza interna, la externa, la ayuda de los espíritus, su
talento en el sótano, el músico consagrado, el rockero jubilado. El vandalismo.
Todo fue parte de esta venganza.