jueves, 31 de enero de 2013

Engánchate conmigo

Andrés está en su casa de Madrid  recordando algo que ya no va a poder olvidar: La última vez que la vio. Tiene flashes: Ella esplendida en primer plano lanzándole un beso que daba en el blanco. Ella riendo, extraños alrededor apretando su cuerpo hasta fundirse entre ellos, hasta perderla de vista por primera vez. Deja de escribir y se dirige a la heladera, agarra una lata de cerveza, la abre, sigue recordando: Ella saliendo del baño del bar con los ojos espejados. Bebé un sorbo de cerveza. Están en la calle, ella se adelanta, su caminar es eléctrico, el hipnotizado va siguiendo la marcha de esas piernas canela matizadas por la luz lunar. Se acerca a la mesa mientras sostiene la lata de cerveza, reanuda el flashback: Están en la casa de amigos, tomando cocaína, más cocaína, se terminó la cocaína, deciden irse. Se sienta a la mesa y escribe unas largas líneas mientras sigue viendo: El reloj pulsera marcando las diez AM bajo un cruel rayo de sol que sólo confirma la media mañana, un tipo sin rostro apareciendo y ofreciéndoles más cocaína, ella desapareciendo. Él perdido sin saber dónde está ni como volver. Escribe muy fuerte y termina por romper la hoja.

 Andrés toca el timbre de un departamento, silencio, toca el timbre otra vez,  el ruido de la nada, golpea la puerta con el puño cerrado: ...
Golpea la puerta mientras grita en lenguaje selvático. La no respuesta lo está aturdiendo, respira acelerado, apoya su rostro contra la pared como queriendo ver del otro lado, parado entre el departamento al que está llamando y el departamento vecino, abre los brazos (como si fueran alas) y toca dos timbres a la vez: NO CONTESTA NADIE.  Se va por un pasillo de luz blanca y dura.

  Es el fin de semana largo, están pasando una buena película por televisión, el músico sentado en su sillón, sólo está siendo iluminado por el fulgor de la TV,  el resto de los cuartos de la casa permanecen inútiles rodeándolo como vacíos acumulados. Andrés comienza a sentir que la casa se estira, se ve diminuto y ridículo. Los diálogos de la película es el único sonido que se escucha, pero él no oye ni ve nada,  está mirando hacia dentro, en su interior están pasando la avant premier de una ópera prima de un director cojonudo que filma sin guion o con un guion enfermo, él es el protagonista de esa película barata y oscura que todavía no tiene final y tal vez nunca lo tenga. Un amor no correspondido da tanto o más miedo que cualquier película de terror. Apaga la tele y sale a caminar. A cada paso que da ve más claramente lo que siente, como si cada paso hacia cualquier lugar lo acercara siempre hacia el mismo punto. Una mueca tibia ante el saludo de un admirador trasluce su malestar, se siente un tonto paseando a su propio ego, decide volver.
  Se arroja al sofá, los ojos casi cerrados sostienen una lágrima lateral. Quiere aullar, cree que no son tal para cual (ni en pedo) pero que aun así deben estar juntos. Y la obstinación lo  mantiene atrapado como un rehén.
  Suena el teléfono, es uno de sus compas de  la banda: Vale que esto, vale que aquello, palabras más, palabras menos, una voz madrileña corrompida por el servicio telefónico dice: “Te lo hemos dicho Andrés”.

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